En el anterior mensaje nos quedamos a punto de entrar en el Valle de la Muerte. Bueno, pues pasamos y salimos vivos. Eso sí, pasando un calor importante. Nada excesivo, imaginaros un agosto en Sevilla o Extremadura, pero sí de hacer foto y corriendo meterse al coche con aire acondicionado. El paisaje es realmente impresionante allí y hace honor al nombre. En pocas palabras es un valle muy plano y de suelo salado rodeado a un lado y a otro de dos cadenas de montañas que llegan a los 4.000 metros de altura.
Al salir de allí hicimos nuestro primer cruce de frontera de estado: de California a Nevada. Como Nevada es el estado del juego, en el primer sitio que paramos a comer algo era un hotel/tienda/casino. Allí vimos las primeras tragaperras mientras nos comíamos un sandwich. Después de eso, y ya camino a pasar por Las Vegas sin parar, nos pilló de refilón una tormenta de arena con sus remolinos y arbustos rodando por la carretera.
Para dormir no teníamos seguro dónde hacerlo. Había un par de opciones según cómo fuéramos de tiempo: o llegar hasta Saint George en Utah, o quedarnos en la frontera entre ese estado y Nevada en una población llamada Mesquite. Al final optamos por la segunda y fuimos a dormir a un casino. Bueno, en realidad era un complejo recreativo con piscinas, spa, pistas de tenis, motel y casino. Pero lo impactante era lo último, que la propia recepción del motel estaba metida en una sala a tope de tragaperras. El motel era baratísimo y realmente bueno. Nos vimos rodeados de tercera edad jugona, que necesitaban andadores para caminar, pero bien que metían las monedas y los billetes en las máquinas.
Por la mañana de hoy jueves, y tras un super desayuno buffet por 4,50 euros por cabeza (en los casinos el negocio es el juego, por eso las comidas y las habitaciones son tan baratas, para atraer y que piques en la ruleta y demás) cruzamos la segunda y tercera fronteras estatales, de Nevada a Arizona, y de ésta a Utah, que es donde estamos ahora y nos quedaremos un par de días más.
Hoy hemos visitado dos parques nacionales: Zion y Bryce Canyon. El primero es un cañón por el que discurre un río no demasiado grande pero que ha labrado unas impresionantes paredes en la roca arenisca de colores naranjas y morados. La temperatura allí muy agradable y con bastante vegetación. Estaba todo muy preparado para el turismo y, para no masificar el lugar de coches, hay que coger unos autobuses lanzadera gratuitos que te llevan a todos los puntos de interés.
A Bryce Canyon llegamos ya bastante tarde, en parte porque íbamos un poco con el tiempo pegado al culo debido a que en Utah es una hora más que en el resto de los sitios que visitamos y, por eso, íbamos como una hora detrás de lo debido, y en parte porque las carreteras no eran precisamente autopistas e incluso hemos tenido que parar un ratito en una zona en obras que estaban asfaltando y daban paso sólo a un sentido de la circulación cada vez. Y además los límites de velocidad son bastante bajos. Éste es el paraíso del Papá, no corras.
Pese a llegar tarde, nos dio tiempo a hacer un montón de fotos. Estuvimos en cuatro puntos panorámicos aprovechando los colores de la puesta de sol. La gracia de este parque es que el terreno es calizo y se ha ido deteriorando con el paso del tiempo y las aguas y ha creado unas formaciones tipo tubos de órgano llamados hoodoos que se cuentan por centenares en unos cañones con forma de anfiteatro. Son de colores naranjas y ocres y la visión, de verdad, es un espectáculo.
Como hoy no hemos ido muy bien de tiempo, hemos acabado quedándonos a dormir en el pueblo más atrás en la ruta de los dos que teníamos pensado. Así que aquí nos tenéis, en Panguitch, en un motel de los años 40 y renovado en los 90, un poco kitsch, pero barato, limpio y cómodo. Éstas son nuestras dos habitaciones, ya veis que el aspecto es un poco raro pero no preocuparos, que no hay nada raro a pesar de los neones.
Mañana seguiremos camino hasta el parque nacional de Arches, también en Utah, y dormiremos en el pueblo de Monticello, algo más al sur del parque.