viernes, 12 de septiembre de 2008

En dos días, cuatro estados.

Hola de nuevo tras un par de días sin conexión a Internet y, por cierto, muy mala cobertura de móvil. Esto lo comentamos por si alguien pretende llamarnos, que no desespere porque es fácil que nos pille fuera de cobertura y no podremos comunicar. Aquí no es como en España y las redes de móvil no están tan desarrolladas y no cubren todo el territorio.

En el anterior mensaje nos quedamos a punto de entrar en el Valle de la Muerte. Bueno, pues pasamos y salimos vivos. Eso sí, pasando un calor importante. Nada excesivo, imaginaros un agosto en Sevilla o Extremadura, pero sí de hacer foto y corriendo meterse al coche con aire acondicionado. El paisaje es realmente impresionante allí y hace honor al nombre. En pocas palabras es un valle muy plano y de suelo salado rodeado a un lado y a otro de dos cadenas de montañas que llegan a los 4.000 metros de altura.


Al salir de allí hicimos nuestro primer cruce de frontera de estado: de California a Nevada. Como Nevada es el estado del juego, en el primer sitio que paramos a comer algo era un hotel/tienda/casino. Allí vimos las primeras tragaperras mientras nos comíamos un sandwich. Después de eso, y ya camino a pasar por Las Vegas sin parar, nos pilló de refilón una tormenta de arena con sus remolinos y arbustos rodando por la carretera.


Para dormir no teníamos seguro dónde hacerlo. Había un par de opciones según cómo fuéramos de tiempo: o llegar hasta Saint George en Utah, o quedarnos en la frontera entre ese estado y Nevada en una población llamada Mesquite. Al final optamos por la segunda y fuimos a dormir a un casino. Bueno, en realidad era un complejo recreativo con piscinas, spa, pistas de tenis, motel y casino. Pero lo impactante era lo último, que la propia recepción del motel estaba metida en una sala a tope de tragaperras. El motel era baratísimo y realmente bueno. Nos vimos rodeados de tercera edad jugona, que necesitaban andadores para caminar, pero bien que metían las monedas y los billetes en las máquinas.

Por la mañana de hoy jueves, y tras un super desayuno buffet por 4,50 euros por cabeza (en los casinos el negocio es el juego, por eso las comidas y las habitaciones son tan baratas, para atraer y que piques en la ruleta y demás) cruzamos la segunda y tercera fronteras estatales, de Nevada a Arizona, y de ésta a Utah, que es donde estamos ahora y nos quedaremos un par de días más.

Hoy hemos visitado dos parques nacionales: Zion y Bryce Canyon. El primero es un cañón por el que discurre un río no demasiado grande pero que ha labrado unas impresionantes paredes en la roca arenisca de colores naranjas y morados. La temperatura allí muy agradable y con bastante vegetación. Estaba todo muy preparado para el turismo y, para no masificar el lugar de coches, hay que coger unos autobuses lanzadera gratuitos que te llevan a todos los puntos de interés.


A Bryce Canyon llegamos ya bastante tarde, en parte porque íbamos un poco con el tiempo pegado al culo debido a que en Utah es una hora más que en el resto de los sitios que visitamos y, por eso, íbamos como una hora detrás de lo debido, y en parte porque las carreteras no eran precisamente autopistas e incluso hemos tenido que parar un ratito en una zona en obras que estaban asfaltando y daban paso sólo a un sentido de la circulación cada vez. Y además los límites de velocidad son bastante bajos. Éste es el paraíso del Papá, no corras.

Pese a llegar tarde, nos dio tiempo a hacer un montón de fotos. Estuvimos en cuatro puntos panorámicos aprovechando los colores de la puesta de sol. La gracia de este parque es que el terreno es calizo y se ha ido deteriorando con el paso del tiempo y las aguas y ha creado unas formaciones tipo tubos de órgano llamados hoodoos que se cuentan por centenares en unos cañones con forma de anfiteatro. Son de colores naranjas y ocres y la visión, de verdad, es un espectáculo.

Como hoy no hemos ido muy bien de tiempo, hemos acabado quedándonos a dormir en el pueblo más atrás en la ruta de los dos que teníamos pensado. Así que aquí nos tenéis, en Panguitch, en un motel de los años 40 y renovado en los 90, un poco kitsch, pero barato, limpio y cómodo. Éstas son nuestras dos habitaciones, ya veis que el aspecto es un poco raro pero no preocuparos, que no hay nada raro a pesar de los neones.


Mañana seguiremos camino hasta el parque nacional de Arches, también en Utah, y dormiremos en el pueblo de Monticello, algo más al sur del parque.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Yosemite y la cabaña de los osos






Partimos del motel de San Francisco prontito, como a las 8, tras haber dormido de aquella manera. Cogimos carretera y manta, cruzando la Bahía de San Francisco por el puente de San Mateo e hicimos la primera parada en un WalMart (especie de Carrefour a lo USA) para aprovisionarnos. La hora de comer nos pilló ya llegando a Yosemite y tuvimos la primera experiencia de lo que es una hamburguesa americana (grande, buena, barata, y que llena como si te comieras todo el buey).






Entramos a Yosemite a primera hora de la tarde y aprovechamos el camino hacia nuestro alojamiento para ir ya viendo los puntos de interés de paso. Tomamos posesión de nuestra cabaña/tienda. Era la 415 del Curry Village. El sitio era como un campamento minero pero tenía su gracia. Una de las gracias era que todo lo que fuera comida u oliera, había que meterlo en una alacena metálica a prueba de osos en el exterior de la tienda. Es el cajón sobre el que estoy sentado (soy el de la derecha de la foto).




El sitio era precioso, unos paisajes alucinantes que hemos recorrido durante estos dos días. Hemos visto moles de granito, sequoias gigantescas, lagos de agua cristalina y helada, prados inmensos, y vistas panorámicas increíbles. Lo malo era que estábamos tan integrados en la naturaleza que ni Internet ni cobertura de móvil teníamos.




Esta mañana salimos, cruzando todo el parque hacia el este por la carretera 120, cruzando el Tioga Pass, que es un puerto a más de 3000 metros de altura. Con la altura y el buen tiempo (aunque algo fresco) hemos cogido un colorcillo estupendo. Desde ahí tomamos la autopista 395 (a velocidad máxima de 100 km/h y gracias que era autopista, que en la otra sólo se podía ir a 60 km/h) hacia el sur camino de Lone Pine, que es donde estamos ahora. Estamos en un hotel con encanto típico americano como de las pelis del oeste. Y, afortunadamente, con conexión a Internet, que lo encantador no está reñido con la modernidad.




Mañana salimos temprano para cruzar el Valle de la Muerte (¡chan, chan!) antes de que haga mucho calor. Si todo va según lo previsto, dormiremos o bien en Mesquite (Nevada) o en St. George (Utah) después de una buena panzada de kilómetros. Esperamos poder volveros a contar mañana qué tal la experiencia.



domingo, 7 de septiembre de 2008

El viaje... y los ojos como platos.


Bueno, pues ya estamos aquí. El viaje ha tenido su cosita, pero así hay más que contar, mirémoslo por el lado bueno. Salimos de Barajas ya con 45 minutos de retraso. Las explicaciones del comandante (muy comunicativo, supongo que será cosa de la psicosis tras el accidente de Spanair) fueron que habían tardado más de la cuenta en preparar el avión. Además, nos informó de que íbamos a encontrarnos vientos de frente en todo el camino (cosa de los restos del huracán Hanna, supongo) y que no iba a ser posible recuperar el retraso. Eso quería decir que nuestra conexión en Chicago peligraba.

Por lo demás, el vuelo fue bueno. Largo, pero bueno. Al final tardamos como 9:30 en llegar, que una azafata nos dijo que era más de lo normal en esa ruta, con lo que era cierto lo de los vientos. La única incidencia en el Madrid-Chicago fue que a Juan Carlos no le habían cargado comida de diabético, pese a que estaba puesto y más que puesto en la reserva. Con buena voluntad de las azafatas y el sobrecargo, al final le hicieron un apaño de cambiarle los postres por fruta y yogur y se superó la crisis. Por otra experiencia previa que ya he tenido, me parece que Iberia y American Airlines no se comunican bien las solicitudes especiales de comida. Habrá que reclamar, que para algo tiene que valer el tener la tarjetita de Iberia Plus.

Al llegar a Chicago, lo que nos temíamos: cola en inmigración que, por cierto, pasamos los 4 sin problemas, y pérdida del vuelo que teníamos a San Francisco. Tocó que nos reprogramaran la conexión y, al parecer, 44 personas de nuestro avión estábamos en la misma situación. Hubo suerte y nos tenían colocados en el siguiente vuelo, que salía a las 18:40 (nuestro vuelo original era el de las 16:20 y a esas alturas ya eran las 17:00). Tocaba esperar como hora y media y allí estuvimos, compartiendo desgracias con otros españoles que estaban en las mismas y dando una vuelta por la terminal 3 de Chicago-O'Hare.

El vuelo a San Francisco al final, salió con algo más de una hora de retraso, en torno a las 20:00 de allí. Para entonces ya estábamos mitad hartos de retrasos, mitad cansados porque esa hora eran ya las 3 de la mañana en España y nuestro cuerpo nos pedía dormir. Tras 4 horas de vuelo, aterrizamos en San Francisco. Yo conseguí dormir casi todo el vuelo, me enteré sólo de la primera media hora y de la última. Javier poco más o menos que yo, Juan Carlos durmió, pero no tanto, e Inocente prácticamente se leyó entero el libro que había empezado al salir de Barajas, no pegó ojo.

A las 10 de la noche, hora de la costa del Pacífico, ahí estábamos, esperando las maletas en la cinta del aeropuerto. Tardaron un pelín, pero aparecieron todas y, de ahí, a coger el AirTrain, un tren interno del aeropuerto, para que nos llevara a la central de alquiler de coches. En el alquiler, un poco de descontrol por lo tarde de la hora. Entre pitos y flautas, al final nos acabamos llevando un coche más grande de lo que teníamos contratado, un Chevrolet TrailBlazer, por el que espero que no nos cobren suplemento al devolverlo. Estaba bastante mal organizado el tema y acababa siendo un "pilla el coche que quieras".

Y ya, pasadas las 11, a buscar el hotel que teníamos reservado. Entre lo cansados que estábamos, el desconocimiento del lugar, y lo mal indicado, acabamos tardando una hora en llegar y haciendo no sé cuántos kilómetros para un recorrido que Google dice que son 7 minutos. A las 12:30 nos metimos en las habitaciones y quedamos para las 8 del domingo a desayunar.

Pero, al menos yo, con eso del cambio horario y con eso de que dormí en los dos vuelos, resulta que a las 3:30 de la mañana estaba con los ojos como platos. He tratado de dormir, pero imposible. Me he hecho un café (descafeinado, para ver si me dejaba cerrar el ojo) en la cafetera de la habitación, me he fumado un cigarro... y al final aquí estoy, a mis casi 5:30 de la mañana, 14:30 en España, sentado en la recepción del hotel contando este cuento mientras el recepcionista prepara las cosas del desayuno. Supongo que me iré adaptando al cambio horario, ¡qué remedio!

Mañana -bueno, dentro de un ratito- saldremos para Yosemite. Ahí no sé qué conexión tendremos, porque vamos en plan rústico. Si podemos, os haremos llegar lo que hacemos. Si no, hasta dentro de un par o tres de días.